Lo
de abajo está tomado de un artículo publicado el Día de la Madre en
inglés en la revista “Pentecostal Evangel” en el año 1987. (Traducido y editado
2014)
Mi
Madre Me Arruinó
escrito
por Rafael Hiatt
Todo
fue culpa de mi madre. Ella pensaba que su llamado era evangelizar a
todos los marginados. Ella nos llevaba cuando aún éramos niños pequeños a
las oscuras calles donde esa gente se encontraba.
En
aquél entonces yo tenía 8 a 11 años y no me olvido de ver las ventanas rotas,
cubiertas de maderas, las botellas rotas por las calles y las cucarachas.
Lo más inolvidable para mí eran los hombres y las mujeres destruidos.
Ellos habían llegado a lo más bajo que una persona pueda llegar.
Estaban quebrantados por el pecado, el alcohol y Satanás. Sus ojos
rojos e hinchados proclamaban su desesperación. Sus ropas fueron
maltrechas, sucias, harapientas, con una total falta de higiene. Con
frecuencia despedían olor a vómito.
Nuestra
tarea era de repartir folletos que anunciaban el amor de Dios, el evangelio.
A veces ellos se paraban para contarme de sus hijos, su esposa, su
trabajo, su negocios, y de cómo todo lo habían perdido por su “esta
botella.” Ahora trataban de enterrar sus desgracias en la misma botella
que se las había causado.
Luego
en una “misión de rescate” (salón alquilado y armado como culto) los veía
arrodillarse y podía ver a mi madre arrodillarse al lado y poner sus cariñosas
manos sobre sus hombros y orar con ellos, mientras ellos sollozaban y gemían,
quizás por el efecto del alcohol o a veces en arrepentimiento genuino. Yo
era un niño pero podía ver el cumplimiento de la Palabra de Hebreos 4:12 "Porque
la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos
filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los
tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón".
Mamá
pensaba que su llamado era hacia un mundo de sufrimiento y debilidad,
incluso los hogares para ancianos y un hospital especial dedicado para los
moribundos. Era un salón grande con muchas camas y las condiciones no
eran óptimas en esos días. Para mí, como niño, lo más difícil era el olor
repugnante de orina y vómito.
Me
acuerdo de un episodio como si fuera ayer. Nos acercamos al lecho de un
anciano moribundo para cantar un himno. Tomamos en nuestras manos su
mano. Era solo piel arrugada extendida sobre flacos huesos.
Cantamos un himno en harmonía. Practicamos en casa. Antes de
ir a la escuela yo sabía la letra de todas las estrofas de los himnos de
memoria. Después mamá leía una porción de la Biblia y oraba por él.
Luego ella le preguntó si quería comer un helado. El hombre no podía
hablar pero indicó que sí. Mirábamos mientras ella le dio de comer el
helado con una cucharita, pero él no lo pudo tragar, ni retenerlo en la boca y
lo que entraba pronto salía. Mamá sacó un pañuelo decorado de flores de
su cartera para recibir lo escupido y tiernamente limpiar esa vieja cara.
Al presenciar esa escena el cual en mi mente se mescló con el fuerte olor
a vómito en el salón, tuve que salir corriendo antes de perder mi almuerzo.
Me madre seguía pacientemente limpiándolo y mostrándole el amor de
Jesús. Quiero ver a este hombre un día en el cielo.
Creo
que nunca faltaba. Al terminar en una cama escuchábamos las voces débiles
de otros, “Por favor, no se vayan. Vengan a mi cama también!”
¿Con
cuánta frecuencia hacíamos estas cosas? Yo ya no me acuerdo. Me
parece que varias noches de las semanas íbamos a las calles donde estaban los
marginados. Veíamos los peores casos de la humanidad. Los sábados
íbamos a ese hospital de los moribundos donde presenciamos dolor, enfermedad y
la muerte.
Quizás
la gente decente diría, “Cualquier madre que arrastra a sus niños por lugares
semejantes, debiera pensarlo dos veces. La influencia que tales escenas
dejarían fuertes impresiones en mentes infantiles. Podría arruinarlos de
por vida.
Y
tendrían razón. Eso es lo que me sucedió a mí. ¡Estoy arruinado!
Jamás puedo limitarme a ver caras bonitas, limpias sentados en las bancas
suavemente acolchadas de la iglesia. Me llaman los oscuros callejones
llenos de pecado, donde puedo encontrar hombres y mujeres quebrantados y
arruinados por el vicio. Allí puedo poner mis manos sobre hombros sucios.
Yo no puedo de otra manera, porque lo aprendí de mi madre.
Presencié el milagro y conozco a ese Jesús que es poderoso para romper
las cadenas del pecado y dar vida abundante.
Hay
algo que me saca de mi cómoda oficina y que me llama a las calles para abrazar
el cuello de ancianos, gente abandonada, enferma, deformados y moribundos.
Debo hablarles de Jesús, del precio que ÉL pagó, y la victoria que ÉL
ganó para ellos. Tengo que orar por ellos.
Lo
admito. ¡ESTOY ARRUINADO! Y hoy, Día de la Madre en la
Argentina… desafío a madres y padres cristianos que hagan lo mismo con sus
hijos. Así arruinemos a toda una nueva generación de niños de
la misma manera!
Rafael