Mi
devocional personal, domingo 1-18-15 (Mi hogar)
Escritura:
Gén. 44-46 Lucas
18
Escritura:
Gen
45:1-5 José ya no aguantaba más.
"¡Sálganse fuera, todos ustedes!" les gritó a sus asistentes.
Quería estar a solas con sus hermanos cuando les revelara quién era él.
Luego se quebrantó y lloró con gran voz. Sus sollozos resonaron por
todo el palacio, y las nuevas fueron llevadas prontamente al palacio de Faraón.
"¡Yo soy José!", les dijo a sus hermanos. "¿Vive aun
mi padre?" Sus hermanos quedaron atónitos, incapaces de hablar, al
darse cuenta que José estaba allí, parado delante de ellos. "Vengan
aquí", les dijo. Por lo tanto ellos se le acercaron. Y él les
dijo nuevamente: "Yo soy José, vuestro hermano a quien vosotros vendisteis
a Egipto. Ahora pues, no os entristezcáis, ni os pese por haberme vendido
aquí, pues para preservar vuestras vidas me envió Dios delante de
vosotros."
Observación:
Por
un momento yo me imagino ser uno de los muchos asistentes que tenía José
como gobernador sobre todo Egipto. No hemos sido informados que
estos 10 y ahora 11 extranjeros del país de Canaán eran sus propios hermanos.
Relatos extraños circulaban entre sus sirvientes. Por dos veces
fuimos instruidos de devolverles el dinero dentro de las bolsas, y esta vez
también su preciosa copa de plata. Prontamente habían sido capturados
como criminales con la evidencia del robo en la bolsa de Benjamín.
Nosotros sus asistentes no conocíamos la historia que había detrás de
todo esto. No podíamos comprender por qué José estaba poniendo a prueba a
sus hermanos para ver si es que habían cambiado durante estos años
pasados.
Fue
la ferviente plegaria de Judá que finalmente acabó con las dudas de José.
En años anteriores Judá había sido el jefe de sus hermanos, lleno de
envidia y odio hacia su hermano José, había convencido a sus demás
hermanos de vender a José a una vida de esclavitud, y luego le mintió a su
padre Jacob. Ahora Judá estaba rogando por la vida de su padre ... y
ahora estaba ofreciéndose de permanecer por esclavo perpetuo de este
gobernador egipcio para salvar la vida de su hermano Benjamín y de su padre
Jacob.
Eso
era el colmo. José está por explotar de emoción. Tres cocineros
estaban parados en la puerta de la cocina, espiando. Media docenas de
nosotros asistentes estábamos contemplando con sumo interés a este
intercambio de palabras colmadas de emoción. José echa un vistazo por
todo el ambiente y ve nuestros ojos y oídos escuchando atentamente
a estas nuevas de chismes. "¡Sálganse fuera! Todos
ustedes!" Por lo tanto salgo corriendo del cuarto y detrás de la
puerta cerrada me encuentro con mis compañeros que me asedian con preguntas:
"¿Qué es lo que pasó?" "¡El jefe siempre ha sido una persona
tranquila y calmada y ahora de pronto parece que se ha vuelto loco!"
Apretamos nuestros oídos contra la puerta para poder oír algo de lo que
pasa.
¿Qué
es lo que piensan los 11 hijos de Jacob? "¡ Aquí llegamos al final!
Este poderoso hombre de Egipto nos va a hacer ejecutar a todos."
Pero en el mismo momento que el último de los asistentes sale y cierra la
puerta detrás de sí, José se larga a llorar a gritos, y hablando en su lengua
natal comienza a decirles: "¡Yo soy José " Hablando de un
susto mayúsculo. Primero, incredulidad. Segundo: Miedo.
Tercero, suspiros de alivio cuando José habla con amables palabras de
perdón. "Ustedes no me mandaron aquí , fue Dios".
Aplicación:
¿Qué
sucede cuando llegamos al final de nosotros mismos? Estos hombres habían
vivido bajo la carga de su culpabilidad por su hermanito, por quizá unos 15
años. Le habían llevado a su padre el manto de José bañado en sangre y
visto la angustia mortal del dolor de su padre. Ahora les había llegado
el final de su mundo, estaban aterrados... y confesándose entre ellos su
culpabilidad, cuando de pronto se sintieron librados de la cárcel de la culpa
hacia la libertad del increíble perdón.
¡Ese
soy Yo! Así es para cada pecador que entra en la presencia del Dios vivo,
agobiado bajo la carga de su pecado. Atrapados por nuestra culpa, tocamos
fondo... nos arrepentimos, confesamos... y mientras que esperamos que se
descargue sobre nosotros la sentencia, oímos la voz de Dios con palabras de
perdón y limpieza, y de pronto estamos sentados junto a la mesa del banquete,
disfrutando de Sus bendiciones sin fin.
Oración:
¡Oh,
Dios del cielo! ¡Cuánta gracia! ¡Cuánta misericordia! ¡Cuánto amor
derramado sobre nosotros indignos pecadores! Condenados por a ser
esclavos del pecado aquí en la tierra y encaminados a la eterna separación
de nuestro Creador, de pronto recibimos la bienvenida a Tus amantes brazos para
disfrutar de Tus bendiciones aquí en la tierra y eterna comunión contigo en el
cielo. ¡No hay nada que sea mejor que esto! ¡Te adoro, Señor
Jesús mi Salvador! Esto nunca hubiera sido posible sin Tu sacrificio en
la cruz del Calvario. Ayúdame a compartir las buenas nuevas.
Rafael.